Hace tiempo que ganamos un premio de www.cervecear.com en el que se nos invitaba a 200 euros de cena en el lugar que nosotros eligiéramos. Después de darle muchas vueltas a las posibilidades en la sartén, nos decidimos por La terraza del casino, casa de Paco Roncero.
En la llamada de reserva nos dijeron que era necesario que fuéramos arreglados, matizando "el uso de chaqueta es imprescindible para caballeros". Así pues, nos "disfrazamos" por un día, tomándonoslo como algo divertido y diferente, de esas cosas que hay que hacer eventualmente para darle algo de color a la vida. ¿Y cómo nos disfrazamos? Lore con un vestido elegantón. Fran, con traje. Fermín, con una bufanda-corbata hecha al efecto. Que sí, que no somos de ir a este tipo de restaurantes y somos muchísimo más sencillos vistiendo, que se nota, lo que querais...pero estamos muy guapos.
Como aviso, queremos aclarar que esta crítica va a ser hecha desde el punto de vista de dos personas que no están acostumbradas a visitar este tipo de sitios sino sitios un poco más "de barrio". Así pues, todos los comentarios están hechos comparando con restaurantes normales.
El llegar al sitio es un poco complicado. No es un sitio precisamente vistoso y salvo que lo vayas buscando, es muy probable que pase totalmente desapercibido. La calle Alcalá está repleta de ministerios, grandísimos hoteles, bancos y la numeración es tan sumamente caótica que es imposible saber dónde está cada número. Tan pronto tienes un par como un impar, como absolutamente nada. El caso es que vimos un 15 grande, un señor en la puerta, una entrada hiper lujosa y dedujimos que aquel era el lugar.
Así de entrada, día de lluvia, el señor te coge el paraguas y te lo mete en bolsita de plástico. Te indica con una amabilidad y educación exageradas que subas las escaleras y que te atenderá otra persona allí. Subimos perturbados por tanta grandeza y elegancia (repito, no estamos acostumbrados a esto, a ser rústicos en dinerolandia). Llegamos a la recepción y nuevamente una persona hiper educada nos recoge la ropa de abrigo y nos indica que subamos por el ascensor, previa anotación de que hemos llegado (supongo que para llamar al restaurante y avisar...). El ascensor, hiper antiguo de los que hay que abrir una verja metálica, luego dos puertecitas y que, oh dios mío, tiene un banquito dentro. Pulsamos el número 3, el ascensor arranca y cuando llegamos al restaurante, hay del orden de tres personas esperándonos. Seguimos en el mismo plan: hiper amabilidad y educación que impacta bastante teniendo en cuenta lo que te encuentras a diario. Y aquí empiezan los "problemas de adaptación". Se me ocurre ir a cerrar el ascensor (vaya ideas tengo, de verdad...) y lo primero que recibo es un "no lo cierre, no se moleste". Increíble: tranquilos, que no me cuesta nada, pero si os empeñais en tratarme como a un marqués, me dejaré encantado :)
Nos llevaron a nuestra mesa y, nuevamente, nos quedamos mirando como turistas en la gran ciudad. Una decoración muy cuidada, grande, impactante, moderna...no sé describirlo, hay que verlo. Nada más entrar, ya tienes un mínimo de dos personas permanentemente pendientes de tí para que no te falte nada. Te sirven el agua (o lo que sea que has pedido) preocupándose siempre, por ejemplo, de que tu vaso no llegue a estar vacío ni menos de a media capacidad. ¿La única pega? Quizás un poco de falta de intimidad, que las mesas son muy grandes y que las sillas estaban muy separadas.
Para empezar, nos sirvieron una espuma de mojito cortesía de la casa con un sabor espectacular. Hecho por ángeles, o con material de primera calidad. Cualquiera que sea el mejor mojito que hayais probado en vuestra vida descartadlo: hay que probar éste. Nos trajeron la carta y nos explicaron la distribución: a un lado el menú degustación, y al otro lo que es propiamente la carta. Una carta muy muy cerrada con unos poquitos entrantes, unos poquitos primeros y unos poquitos segundos. También nos trajeron la carta de vinos pero, a parte de nuestro total desconocimiento de ese mundo, preferimos tomar agua y así no alterar el sabor de absolutamente nada. ¿Maridajes? No, gracias, mejor el estado puro.
Nos decidimos por tirar de carta y pedirnos tres platos cada uno. Algo que nos sorprendió fue que nos pidieron que especificáramos para quién era cada plato dado que "son platos complicados de compartir". Al final, nos las apañamos para compartir todos los platos y nos quedamos tan anchos. ¿Difícil? O nos los prepararon especiales (lo dudo) o aquello no era tan difícil.
Mientras esperábamos a que nos sirvieran los platos, nos trajeron unos pequeños entrantes, auténticas delicias delicadísimas (por favor, avisad de que eso es tan sumamente frágil) y un tubito de mantequilla de aceite (excelso) acompañado de un barquillo y unos brotes. Muy rico, la verdad. Al mismo tiempo, vino uno de los camareros y nos comentó que los postres había que pedirlos al principio, pero que no pasaba nada si se anulaban al final de la cena. Curioso, como mínimo.
Nuestros primeros platos fueron una suprema de codorniz con foie y trufa y cosas y más cosas, y un risotto de yogur templado con toques cítricos (sinceramente, nombres muy largos y complejos) presentado en una tarrina de cristal con la tapita típica y marcado como "risotto de yogur". Ambos platos estaban fenomenales, con unos sabores logradísimos (reitero, es lo que tiene usar calidad) y muy sorprendentes sobre todo en el caso del risotto, que a pesar de la apariencia de yogur qe daba, era un plato caliente. La última cucharada de este risotto fue sin duda lo mejor de todo: completamente lleno de sabor intensísimo pero al mismo tiempo equilibrado. Chapó. Y no puedo decir mucho más que:
- Quiero volver a hacer salsas como las que acompañaban a estos platos (creo que necesito Oporto urgentemente).
- La carne semicruda al más puro estilo magret de pato, delicada y riquísima.
Los siguientes platos fueron pedidos "confundidos". Uno de ellos por un malentendido y el otro por experimentar. El malentendido fue por el nombre del plato (parece mentira que estemos acostumbrados a hacer metáforas con nuestras propias recetas), que rezaba "cous cous de maíz baby". Esperábamos cous cous con maíz, no el maíz desgranado imitando cous cous. Fallo de principiante y enormidad del chef. El plato experimentación fueron unas castañuelas (no sabíamos lo que era) con setas. El resultado fue:
- Un canelón de aguacate y cous cous de maíz dulce (yo quiero encontrar un sitio donde vendan aguacates que sepan así, a aguacate...) con el susodicho maíz baby desgranado (muy buena combinación con la que experimentaremos algún día) y una salsa de cilantro con un toque de tabasco, más de adorno que otra cosa.
- Unas castañuelas de cerdo con setas y salicornia, cuyos trozos de carne se deshacían en la boca con un sabor espectacular a cerdo y setas que sabían a seta.
Los platos fuertes fueron algo tan simple como un rape y un solomillo de buey. El rape, riquísimo, en su preciso punto y deshaciéndose en la boca, aunque a vista de cuchillo, engañaba su durreza. Acompañándolo, unos deliciosos mangostanes y mix de setas. El solomillo, riquísimo, en su punto también y en una ración más que suficiente. ¿Escasez? Vale, podían habernos puesto un solomillo entero, sí, pero no era necesario. El puntazo sin duda, fueron unos gnocchis que nos recomendaron comer de un solo bocado. Meterse una pelotita en la boca, morderla y que se te llene todo de una salsa de queso deliciosa...no tiene precio.
El último plato fueron los postres:
- Unos lichees en helado, encerrados en una especie de cáscara de fresa, ralladura de coco, polvo de ni recuerdo qué y sésamo negro. ¿Sésamo en un postre? Sí, ¿por qué no?
- El postre castizo: Madrid: Unos madroños en apariencia, espuma de anís, helado de violetas, con un montón de cosas más, en formato "gominola".
Y todo esto, que no se nos olvide, acompañado de un Paco Roncero que se paseó dos veces por el restaurante y que fue saludando uno a uno a todos los comensales. No podíamos desaprovechar la oportunidad y le pedimos un favor...
...al que accedió encantado, cosa que agradecemos enormemente. Muchas veces endiosamos a los grandes chefs y aunque pensamos que este tipo de cosas les va a molestar, al final resulta que son tan terrenales como cualquiera de nosotros. Este, sin duda, fue el momento más divertido y extraño de la cena en el que los camareros aun guardando la compostura, se les notaba que les hacía gracia la situación. Supongo que no todos los días se le pide a tu jefe que se saque una foto con un peluche...
Para terminar, se nos ofreció café/té y cada uno pidió una cosa diferente. Un té negro con mango y un simple café que, cómo no, sabía a café y era bastante diferente al típico de bar por las mañanas. Esto nos lo acompañaron con una pequeña muestra de gominolitas a cada cual más salvaje. Gelatina, piedras de lima, chocolate, regaliz...pequeñas delicias que alegran un poco más la cena, sin duda.
Y llegado el momento más temido de la cena, pedimos la cuenta: 230 euros aproximadamente que, si bien no es para comer todos los días, tampoco es tan exagerado dado el emplazamiento, la atención y la calidad y cantidad. Y es que todo sea dicho: uno de los miedos que teníamos con este restaurante era la cantidad de críticas (negativas) que habíamos leído: que si muy caro (eso nos importaba poco, la verdad), que si muy escaso, que si no correspondía precio-calidad, etc. Sobre la cantidad de comida, también tenemos que llevar la contraria. Vale que no es Tasca Paco donde te ponen un puchero de fabes de dos kilos y puedes comer hasta morir, pero desde luego no es uno de esos sitios donde salgas con hambre.
En conclusión, la Terraza del Casino es uno de esos restaurantes a los que hay que ir al menos una vez en la vida. Y a quien me diga eso de "es que es muy caro", que se mire el modelo de móvil, su factura y me diga si sigue siendo caro...
estoy babeando de envidia , me alegro de que todo estuviera tan rico.
ResponderEliminarohhh vaya homenaje, estabais muy guapos, me ha encantado el reportaje, porqeu siempre he querido ir ¿quién no? pero no sabía con que nos encontraríamos... estos sitios intimidan un poco, verdad? que gracia la foto con el peluche, genial! Besos,
ResponderEliminarNieves.
Estoy llorando de envidia, sencillamente. Y salivando sin parar.....
ResponderEliminarCuando vi la foto de Felix en Facebook con Paco Roncero me quedé sorprendido, y quise saber cómo había llegado a sus manos.Envidia, envidia, envidia. ¿Algún día? Lo prometo!!!! Esto lo quiero probar.
Enhorabuena por el premio y por el homenaje que os habeis dado.
Gracias a ambos por vuestros comentarios :D
ResponderEliminarPor cierto...nuestro mapachito se llama Fermín, ¡¡ Félix era un gato !! jejejejeje
Lorena, estás guapísima!!!
ResponderEliminarUn besino!
B.
Upsssss, la envidia que me tenía nublada la mente. Hazle llegar mis disculpas a Fermín, por favor.
ResponderEliminar"Y a quien me diga eso de "es que es muy caro", que se mire el modelo de móvil, su factura y me diga si sigue siendo caro..."
ResponderEliminarEsta frase es toda una filosofía que aplaudo efusivamente. Enhorabuena por vuestro blog.
Saludos.
Jaime
http://elcociditodesiempre.blogspot.com.es/